jueves, 30 de enero de 2020

Snow Patrol: "Queremos mantenernos haciendo música lo más posible"


“Aún guardo un llavero que alguien me dio cuando los visitamos. Sigue enganchado en mi maleta, la que llevo a todas partes. Siempre me recuerda el tiempo que pasé allí”, dice Gary Lightbody, el cantante de Snow Patrol, al recordar su paso por Chile. El músico, al otro lado del teléfono desde Los Ángeles, Estados   Unidos, y quien estará con su banda en la próxima edición de Lollapalooza Chile, tiene un buen recuerdo de su debut en nuestro país en 2012. “Nos divertimos mucho”, asegura.

El quinteto, que además realizará un sideshow el 28 de marzo en el Teatro La Cúpula, lanzó a mediados del año pasado su último registro, “Wildness”, disco que rompió el silencio musical del grupo que se extendió por siete años y que será parte del repertorio que mostrarán en nuestro país. Registro que es el favorito de Lightbody con su banda, según cuenta a Rockaxis.

- ¿Cómo te has sentido tocando las canciones de “Wildness”? Son canciones algo nostálgicas.
- Sí, algunas son sobre mi crianza. Algunas sobre mi familia. Otras son de temas diferentes. Pienso que es un álbum que se formó o nació en algunas de mis experiencias pasadas. También pienso que mira un poco hacia el futuro. Es un disco esperanzador y alegre, pero quizás parte en lugares menos alegres.

- ¿Qué representa "Wildness" en tu carrera?
- Definitivamente, creo que es el álbum que más me enorgullece. Es el álbum que más aprecio. El álbum más personal que he escrito, hablando de las letras. Espero que sea recibido como uno de nuestros mejores álbumes, al menos es mi favorito.

- ¿Cuál es tu canción favorita de este trabajo?
- Eso cambia, pero creo que la canción que más me importa es ‘Life on Earth’. Nos tomó mucho tiempo crearla. En esa canción, me tardé cinco años en escribir la letra. ‘Chasing Cars’ sólo se tardó 20 minutos en escribir, para que tengas una idea de la diferencia. Creo que es una canción que me enseñó mucho. Pasé por mucho escribiéndola. Y volví al otro lado cuando terminamos la canción, como con un sentido de confianza renovada en lo que estaba haciendo. Creo que todos lo sentimos. Pero hay muchas canciones en este disco que me importan bastante. Hay una canción llamada ‘Soon’ que habla de mi padre. También es muy importante para mí.

- ¿Cómo has visto la reacción de los fans y de la prensa con "Wildness"?
- No leo la prensa, sin ofender (risas), pero la reacción de los fans ha sido increíble. Hemos estado viajando por gran parte del mundo. Obviamente, vamos a Latinoamérica en unas semanas. Pero ya hemos estado en Europa, Australia y en todos lados conociendo a los fans después de los shows. Nos han dicho todo lo que el álbum les significa. La gente me manda cartas, lo que parece inusual hoy por hoy porque todo se hace por Twitter. Son cartas hermosas, contando lo que el álbum significa para ellos y que los ha ayudado a superar algunas cosas. Eso me llega.


- ¿En qué punto de la carrera está Snow Patrol hoy? Han pasado 25 años desde que comenzaron.
- Me encantaría decir que estamos en la mitad del camino, pero no sé. No tenemos planes de parar de hacer música. Muy pocas bandas tienen 25 años o tienen 35 años o 40. Ya no podemos salir de gira como lo hacíamos constantemente antes, porque tenemos hijos y familia. Es diferente porque no sabemos qué puede pasar. Queremos mantenernos haciendo música lo más posible. Queremos estar por un buen tiempo, quizás no 25 años más (risas).

Al abordar sus discos favoritos, destaca varios. El segundo de Bon Iver, “Innervision” de Stevie Wonder y “After the Gold Rush” de Neil Young. Pero tiene especiales palabras para “Nevermind” de Nirvana: “Cambió todo para mí. Me hizo querer tener una banda y tocar la guitarra”.

- ¿Qué esperas de tu show en Lollapalooza? ¿Te gusta este tipo de festival donde hay muchos estilos diferentes de música?
- Sí, pienso que es realmente importante que haya muchos tipos de música diferente en un festival como éste, y tipos de banda que la gente pueda apreciar. Tenemos personas que escuchan rock principalmente, o hip hop, o música dance, y todos pueden experimentar muchos estilos diferentes de música. Yo escucho de todo, así que me encanta cuando hay diferentes bandas y músicos en el mismo reparto. Siempre es emocionante para mí. Realmente eso es lo mejor que puede ser un festival. Me gusta ir a ver algo distinto. Me gusta la variedad. Me hace feliz.

- ¿Qué tal fue la experiencia de escribir canciones para artistas como Taylor Swift o Ed Sheeran?
- Ambos son artistas extraordinarios y personas adorables. Fue agradable trabajar con Taylor. Fue bueno conocerla antes y fue fantástico trabajar con ella. Hicimos una canción en un día, no solo escribirla, sino también grabarla. Fue increíble trabajar con ella, muy rápida. Con Ed fue muy entretenido. Es parte de la familia y nosotros parte de la suya, así que fue muy relajado. Él simplemente es una persona extraordinaria con quien trabajar porque su mente es fuera de serie. Si lo dejas ser, escribirá 10 canciones en una tarde.


Uno de los demonios con los que Lightbody ha tenido que batallar es con el alcoholismo. Hoy lleva dos años sobrio y no tiene problemas en abordar su pasado con el alcohol. Dice que quería un cambio, porque “no estaba haciendo nada bueno”.

- Hablando de su salud, ¿cómo te sientes hoy? ¿Cuánto tiempo llevas sin beber?
- Sí, mi último trago fue una semana antes de mi cumpleaños número 40 (risas). Fue una extraña decisión dejar de beber antes de mi cumpleaños 40. Mi primer cumpleaños sobrio fue el número 40. Estoy feliz de haberlo hecho. Estoy sobrio hace dos años y ocho o siete meses. Dejé el alcohol y el azúcar ese día. Ya no pienso en el trago pero pienso en el azúcar todo el día (risas). Pienso en chocolates y en tortas. Pienso constantemente en qué chocolate puedo comer, pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo en evitarlo. Pero con el alcohol, después de nueve meses no pensé más en él. Estamos en un ambiente donde hay mucho trago. Pensé que sería más difícil de lo que es. Supongo que una de las cosas buenas fue que aún no habíamos empezado la gira cuando lo dejé, así que tuve un año para acostumbrarme a la idea. Tomé lo suficiente para tres o cuatro vidas (risas).

- ¿Cómo hiciste para dejar el alcohol y las drogas? ¿En qué pensaste en ese momento?
- Solo paré… bueno, tenía unos amigos míos y personas que me rodeaban que fueron de mucha ayuda en lograr que parara, pero no fui a Alcohólicos Anónimos ni nada parecido. Sólo quería un cambio, creo que es lo más importante. Por eso las intervenciones muy pocas veces funcionan porque si estás obligando a una persona a dejar de hacer algo que realmente disfruta, crea resentimiento en esa persona. Allí resulta en que toman a escondidas u otras cosas por el estilo, lo que simplemente es malo. Yo realmente quería dejar de tomar. Creo que esas son las únicas circunstancias en la cual en verdad funciona. Yo sabía que ya no estaba haciendo nada bueno a esa altura. No estaba escribiendo, Dejé de crear. De hecho, ya no estaba funcionando bien, así que tenía que hacer ese cambio.

El cantante muestra su buen humor constantemente a lo largo de la entrevista. Pero en uno de los temas donde las carcajadas son más abundantes es cuando aborda su pequeña participación en Game of Thrones. En la tercera temporada, Lightbody aparece en una carreta con un grupo de soldados entonando unas melodías. “Estaba muerto de miedo. Fueron diez segundos de participación, quizás menos y estuvimos todo el día. Creo tener una nueva apreciación por lo que tienen que pasar los actores para hacer eso, porque yo no tenía diálogo. Solo tenía que cantar una canción, pero estar listo cuando alguien grita “acción”, después de estar esperando por una o dos horas entre escenas, o a veces por un día entero.  Yo no podría hacerlo. Me gusta que las cosas fluyan y ocurran rápidamente, en el estudio me gusta estar siempre creando. No sería muy bueno como actor, pero todo lo que tenía que hacer en Game of Thrones, era sentarme en un caballo y no caerme, eso fue el pináculo de mis habilidades como actor”, cuenta sin parar de reír.

Este artículo, de mi autoría, fue publicado en 2019 por Rockaxis.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Pasión de barristas, el riesgo de entradas falsas y un show sorpresa: la aventura de ir a Guns N Roses en Argentina

La aventura partió temprano. A las 7.30, el vuelo 501 Sky se elevaba en la pista del aeropuerto chileno y partía rumbo a Argentina. La misión era simple: presenciar el tercer show que Guns N Roses ofrecería el sábado 5 en Buenos Aires.

Como siempre hay un chileno en alguna parte del mundo, no fui el único. Otros tres connacionales buscaban la misma experiencia: ver a los Guns en el Monumental de River Plate. Pese a haber visto el show antes, las expectativas eran interesantes. Por un lado, Steven Adler, el  baterista de la primera época de la agrupación, tocaría en una canción, lo que le daba un tinte histórico. Por otro, conocer la renombrada pasión de los trasandinos en los conciertos.

Ya en el aeropuerto fuimos alertados de eso. El taxista que nos transportó hasta nuestro hotel fue claro: “¿Tienen entrada para campo? Van a conocer toda la cancha. La gente los va a empujar y mover por todo el lugar. Yo los fui a ver el 93 y salí sin una zapatilla”. Nos abrochamos los cinturones y nos preparamos para la selva.

Por redes sociales, horas antes, logramos enganchar una entrada con algún revendedor. Campo vip fue lo que encontramos, a un precio no menor. Hecha la transacción, comenzaba la espera. 

Pronosticando una deshidratación potente, fuimos a comprar algún líquido al kiosko frente al lugar escogido para pernoctar. Ahí, el dependiente nos inyectó un pequeño temor. “Viniste de Chile a ver a los Guns”, preguntó el joven, al ver nuestra polera con el logo de la banda y la leyenda “Santiago”. “Sí”, le respondí. “Yo fui ayer, sin entrada, y compré una ‘trucha’”, dijo con cara lastimosa. 

Prosiguió: “No pude entrar. Voy hace años a conciertos y nunca me pasó”. Le comenté que había llegado recién y que había comprado en la reventa. Sin piedad sostuvo que “había muchas entradas falsas y que lucían iguales a las originales”. Corrimos al hotel a revisar la entrada. Ya no se podía hacer mucho más. Solo esperar con optimista paciencia.

Luego de un oneroso Ojo de bife y un flan con dulce de leche, partimos al estadio en transporte público. La gran cantidad de gente que asistía en el mismo rumbo facilitaba la ida. En el estadio, los accesos para Campo vip fueron amigables. No así para Campo, donde la fila, según nos señalaron asistentes a ese lugar del recinto, superó las 2 horas de espera.

Antes de las 20.00, la banda argentina Airbag es la encargada de abrir los fuegos en la calurosa Buenos Aires. La recepción de la gente es buena. La agrupación lo hace bien. Finaliza su presentación y comienza la espera. Una larga, considerando que Axl viene amigándose con la puntualidad en esta gira. El calor no da tregua. Cercano a nuestro lugar, comienzan los gritos pidiendo médico. En otra, a nuestro lado, una chica tiene que ser evacuada por no sentirse bien. No cabe un alfiler. Varios comienzan a salir de los puestos delanteros, presagiando que la espera será larga. 

Cerca de las 21.35, It's So Easy arremete sin piedad. El calor ya no existe. La algarabía hace reverencia al nombre del estadio. Saltos, empujones y canto desgarrado. Los coros del público son tan altos que chocan con las guitarras de la banda. La gente corea las melodías, en un gesto muy propio de nuestros vecinos. Se contagia. Es una barra apasionada en un partido de fútbol.
Así todo el show. Mr. Brownstone, Welcome to the Jungle, Live and Let Die,You Could Be Mine, son una ruda fiesta.

Axl Rose, Slash y Duff McKagan se muestran imponentes. El otrora controvertido cantante, como siempre en este último tiempo, parece un vaquero del sur de Estados Unidos. El emblema de las seis cuerdas, con su histórico sombrero, lleva una polera con una cariñosa reseña: “Buenos fucking Aires”. Por su parte, el rubio bajista homenajeó a Lemmy en su camiseta.

Dizzy Reed, en los teclados principales; Richard Fortus, en la segunda guitarra; Frank Ferrer, en la batería y Melissa Reese, en sintetizadores, coros y  pistas, cumplen a cabalidad. Todos son ovacionados. Reed, probablemente, se lleva los mayores elogios.

Las baladas, como This I Love, bajan la intensidad de los brincos, pero no de los cantos. La banda se ve muy inspirada. Parecen cómodos en Argentina. Axl se lanza con todo y luce buena voz. Mejor que en Chile. Los temas del Chinese Democracy son mayormente ovacionados que lo que pasó en nuestra tierra.

Como era pronosticado, Steven Adler aparece en escena con la camiseta de la selección argentina. El estadio se viene abajo. My Michelle es ejecutada por el blondo baterista con solidez y evoca nostalgia de la primera época de la banda.

Nightrain es uno de los combos finales. Muchos buscan llegar más adelante, arremetiendo con todo a su paso. Axl, al igual que en nuestro país, pide que den un paso atrás. Lo hace en dos oportunidades.
Patience cae con sutileza y se transforma en un punto alto de la noche. La guitarra de Slash bordea lo magistral. El estadio lo reconoce.

Paradice City es siempre fiesta. Un himno. La gente gasta la última cuota de energía. Explosión total. El solo de Slash es potente. El hombre de la melena lanuda se lleva la guitarra atrás de su cabeza y comienza a disparar. El abundante fuego de artificio ilumina todo Buenos Aires. Hay lágrimas en algunos asistentes. "Olé, olé, olé, yo cada día te quiero más. Oh, Guns N Roses, es un sentimiento, no puedo parar", cantaba la barra. Misión cumplida.  Qué show.

Sorpresiva aparición


Luego de una larga caminata del estadio hasta nuestro hotel, acudimos a conocer la noche bonaerense. El Roxy fue el escogido casi por casualidad. Luego de pagar la entrada, la cajera nos dice que está tocando “una banda”. Para mi sorpresa , Steven Adler estaba en el escenario tocando canciones de Guns N’ Roses con una banda local. El recinto, repleto, era otra fiesta gunner. Back off bitch, You Could Be Mine y Mr. Brownstone, fueron algunas de las escogidas. Finalizado el show, el rubio salió raudo por una puerta trasera. En medio de cantos con su nombre,  se subió a un auto. Un cierre magistral para una aventura necesaria.

lunes, 3 de octubre de 2016

Aerosmith en Chile: espectáculo y fiesta


Aerosmith es espectáculo. La institución fundada en los 70 y una de las bandas más gloriosas de la historia del rock, conquistó anoche al Movistar Arena. Los de Boston se presentaron ante un recinto repleto, en lo que anunciaron como su gira de despedida
Cerca de las 20.10, el carisma de Steven Tyler se hizo presente en el recinto para el jolgorio de la multitud. Con un atuendo que es su marca registrada, Tyler lució su buena calidad vocal desde el inicio con Back in the Saddle. El cantante, de 68 años, tiene un magister en cómo ser un frontman: se mueve por todo el escenario, coquetea con las mujeres casadas, canta, baila e interactúa con el público. Un genio de los shows en vivo.
Love In An Elevator, Cryin' y Crazy mostraron el notable fiato en la muralla rítmica de la banda: Joey Kramer en la batería, Tom Hamilton en el bajo y Brad Whitford en la segunda guitarra.
No obstante, Joe Perry vivió su propio concierto. Sus amplificadores tuvieron problemas desde el primer minuto del show. Su guitarra no se escuchaba bien y en dos ocasiones, en Rag Doll y Come Together, se fue a 0. Se le veía molesto. Lejano. Hastiado.
“Súbele a la guitarra, sonidista”, gritaban desde el público. En reiteradas veces, Perry miró a la mesa de sonido buscando respuesta para su bajo volumen, la cual no encontró en buena parte del espectáculo. Incluso en una oportunidad, el guitarrista de 66 años se acercó a uno de sus Marshall y movió las perillas de mala gana. Cuando la guitarra se escuchaba por fin, no era un sonido limpio como al que nos tiene acostumbrados. Cuesta creer que un error así ocurra en un concierto de tamaña envergadura. Pero así fue.
De todas formas, fue un gran show. El movedizo Tyler dejó clara su vigencia. Recordó a ratos al bueno de Mick Jagger en su paso por nuestro país. El set list, aunque faltaron hits, fue un bonito repaso por la trayectoria de una banda con 46 años de recorrido. I Don't Want to Miss a Thing, Walk This Way y Dream On, fueron algunas de las más destacadas de la noche.

Para el final, el pegajoso Groove de Sweet Emotion, introducido por la línea de bajo de Hamilton y el talk box de Perry, cierra la noche. La ovación y el confeti se fusionan en la despedida. Demostrando su grandeza, Tyler buscó meterse los problemas de sonido al bolsillo y entregar una fiesta de principio a fin. Si fue la despedida, solo agradecer el espectáculo. Pero claro, todos los que estábamos ahí, y los que no, esperamos que no haya sido un adiós definitivo.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Scorpions-Whitesnake: Señores del rock and roll

Dicen que los martes 13 son días de mala suerte. “No te cases (¿la gente se sigue casando?) ni tampoco te embarques”, aseguran los más supersticiosos. Pero en Chile pasó todo lo contrario: fuimos afortunados. Los alemanes de Scorpions aterrizaron en nuestro país para celebrar los cincuenta años en el ruedo y conmemorar su longeva carrera forjada a base de riffs que se mueven entre el hard rock y el heavy metal. Estilo que les ha valido ser la banda alemana más exitosa de todos los tiempos.
Y los teloneros no fueron cosa poca. Nada menos que Whitesnake fueron los encargados de abrir los fuegos de una jornada cargada de clásicos y nostalgia por donde se le mirara. Qué dupla.

Casi puntual a las 21.00, David Coverdale apareció con su carisma obligatorio. Vestido con una camisa blanca con la bandera de Chile y unos jeans ajustados, el inglés de 64 años se acercó de entrada al borde del escenario para que los fanáticos lo apreciaran en detalle. Con Bad Boys y Slide it In fue calentando la garganta, que al comienzo no lucía del todo convincente.
Adentrado el show, Coverdale daba mejor en los tonos y hacía cantar a los fanáticos que llegaron a vitorearlo. A mitad del espectáculo, el baterista Tommy Aldridge se robó la película con su solo en Crying in the rain. Agitando su crespa y lanuda cabellera, Aldridge, quien también ha tocado con Ozzy y Thin Lizzy, terminó dándole de puñetazos a los tambores y platillos, recordando, en parte, los solos del gran John Bonham. La ovación más grande, hasta ahí, caía desde las gradas.
Is this love, Here i go again y Still of the night conmovieron y mostraron lo mejor de la banda.
Para el cierre una pequeña sorpresa: Burn, de Deep Purple. Al comienzo el riff no se distinguió bien, por lo que la gente no se percató de qué se trataba. Pero a medida que la canción fue quemando, el respetable apreció el regalo y lo cantó a desgarro. Gran cierre tras 1 hora 15 de música.

35 minutos duró la espera entre una banda y la otra. Justo cuando la gente se estaba impacientando, Scorpions se hizo presente. Con gran cantidad de luces y el volumen algo alto, Going Out With a Bang cayó con todo en el Movistar Arena. De gran simpatía, el cantante Klaus Meine se encargó de saludar e interactuar con el público cada tanto. Los de Hanover repasaron sus canciones de los 70 en un medley de alto voltaje. Top Of The Bill, Steam Rock Fever, Speedy’s Coming, Catch Your Train, cayeron como un rayo.
Un set acústico bajó la intensidad y puso el romanticismo de la noche. Always Somewhere, Eye of the Storm y Send Me an Angel mostraron toda la calidad de los alemanes.
En medio del show, Meine se tomó un minuto para presentar a Mikkey Dee, ex baterista de Motörhead. “Sabemos que en Sudamérica aman a Lemmy”, dijo, lo que el público respondió con gritos.
En eso, otro regalo: el cover Overkill, de Motörhead, lo que desató el delirio de varios que estaban ubicados en cancha general. Una bengala apareció detrás de una bandera de Chile -como si estuviéramos en un partido de Colo Colo y la U-, generando la sorpresa de la fanaticada mayor, quienes se miraban anonadados por la situación. Alrededor de la bengala se formó un círculo de personas que bailaban y saltaban al son de la música, como en un ritual funerario para Lemmy Kilmister. Tremendo homenaje.

El cierre fue en grande. Big City Nights, Still Loving You y Rock You Like a Hurricane pusieron el broche de oro a una noche llena de nostalgia, donde dos colosos del hard rock de todos los tiempos entregaron lo mejor de sus repertorios. Un viaje en el tiempo conducido por un par de incombustibles de los riffs altos y los clásicos del rock and roll. Fuimos afortunados.



domingo, 13 de marzo de 2016

Iron Maiden y Chile, amor incombustible



El idilio entre Iron Maiden y Chile no se acaba. El pasado viernes la Doncella de Hierro se presentó en el Estadio Nacional ante cerca de 55 mil personas, mostrando ante su delirante fanaticada su último trabajo de estudio titulado The Book of Souls.

En una teatral puesta en escena, como ya es costumbre, los ingleses validaron ante su público que son una de las bandas principales en los gustos metaleros chilenos, además de ser la agrupación anglo que más ha movido gente en sus pasos por el país: 281 mil fans, en ocho visitas, según consigna La Tercera.

Hombres, mujeres, niños, abuelos, chilenos y extranjeros. Todos llegaron temprano hasta el recinto deportivo para no perderse la cita rockera, que ya a esta altura es tradición obligada de todo amante del rock con volumen alto.

Unos desconocidos Raven Age fueron los encargados de abrir la jornada, llevándose algunos tímidos aplausos. Tras ellos, el potente trash metal de Anthrax se hizo sentir con fuerza en el Nacional. Caught in a Mosh, Got the Time y Antisocial fueron tres bombas atómicas caídas directamente en el recinto ñuñoíno.

El público agradecía a la banda neoyorkina cantando a coro: “Olé, olé olé, óle, Anthrax, Anthrax”. Intercambio de energía mutua. Un movedizo Joey Belladonna, cantante de la agrupación, en reiteradas oportunidades sacaba del bolsillo de su pantalón una pequeña bolsa con una sustancia desconocida y hacía la mímica de que se la fumaba. El respetable lo ovacionaba y reía. Puro trash callejero y ochentero.


Luego de ocho demoledoras canciones, Anthrax se despide. Scott Ian toma a su hija en brazos y agradece al público nacional. La gente pide otra, pero ya no hay más.
En cancha, lugar donde quien escribe este artículo estuvo apostado, comienza a llegar más gente. Todos buscando ver de cerca a Bruce Dickinson y compañía. A pocos minutos de que comience, en dicho sector no cabe un alfiler.

Pasadas las 21.00, comienzan a sonar los acordes de Doctor, Doctor, de UFO. El público, impaciente, la canta a todo pulmón, como si Maiden estuviera en escena. Terminada esa canción, la Doncella se hace presente en el escenario. El recinto parece caerse.
If Eternity Should Fail es la primera muestra de Maiden en esta oportunidad con una presentación muy teatral, muy actoral. Dickinson con una capucha canta en un pequeño pilar con fuego en la primera parte de la canción, la parte lenta. Luego, el tema explota y el público también.

Le sigue Speed of Light, quizás la más reconocida del último disco. Como tercera, Children of the Damned, del laureado disco The Number of the Beast. El público la reconoce y la agradece.

Dickinson canta, corre, baila e interactúa. A sus 57 años se muestra más vigente que nunca. En una parte del show, aparece Eddie, la icónica mascota de la banda, para realizar su performance. Dickinson batalla con él y le arranca lo que parece un corazón, lo arroja a un recipiente y luego lo exprime en el escenario, en una puesta sacada de un teatro de terror. Las fotografías para el divertido momento se multiplican y fusionan con los gritos.
Seis canciones del set list elegido fueron del The Book of Souls. 
Clásicos como The Trooper, Hallowed be the Name, Fear of the Dark y Iron Maiden causan el jolgorio del respetable, quien no se cansa de vitorear a los ingleses.

Wasted Years cierra la noche. Como tantas otras veces, la gente ovaciona a la banda. Los músicos lo agradecen. Un nuevo episodio del romance entre Iron Maiden y Chile llega a su fin. Puro amor. De ese con olor a cigarrillo y cerveza. De ese con sabor a trasnoche y lujuria. De ese que las 281 mil personas que han visto a Maiden en Chile -en alguna de sus ocho visitas- entienden. Tal como cuando dos quinceañeros enamorados se despiden queriendo verse pronto, la espera por la novena visita de la agrupación comenzó en el minuto que el octavo show acabó. Que este idilio no se termine nunca, por favor.



martes, 26 de mayo de 2015

Montage of Heck: cuando una imagen vale más que mil palabras

La historia del joven destrozado por el divorcio de sus padres, que conquista el mundo con una guitarra y  termina con un escopetazo en la boca, es una novela griega en sí misma. La biografía de Kurt Cobain, el rubio rockero nacido en Aberdeen y líder de Nirvana, es tan buena como su música. Una triste obra magistral, que ni Kubrick pudo haber escrito mejor.
Montage of Heck es el más reciente acercamiento a las entrañas del precursor de la movida Grunge. El documental, dirigido por Brett Morgen, fue estrenado en el Festival de Cine de Sundance 2015 y por estos días llega a nuestro país para el gusto de todos los viudos de las camisas de franela y los jeans a medio romper.
La cinta muestra de forma desnuda y en orden cronológico la vida del músico, con imágenes conmovedoras de cuando era un crío y se esforzaba por tener la atención de su, en ese entonces, unida familia.
En los primeros registros se puede apreciar a un hiperactivo niño con una brillosa melena rubia como el centro de atención de sus padres y tíos. Como si ya estuviera escrito de antemano, el chico, de no más de siete años, toma una guitarra y mira con carisma a la cámara. Un presagio memorable. Quince años después haría lo mismo, tomando una Fender Jaguar, su favorita, y conquistando a millones alrededor del mundo.
Destacan en el filme los comentarios de Wendy y Don Cobain, los progenitores del líder grunge. Ambos coinciden en que Kurt sufrió un cambio drástico tras la ruptura matrimonial.
La interacción de la historia con dibujos animados y algunas obras de arte del propio Cobain están perfectamente logradas. A esto se suman los arreglos acústicos a temas clásicos del Nevermind, como Smell Like Teen Spirit. Apreciable sutileza.
Que Cobain fue un yonqui pegado en la heroína no es novedad para nadie. Pero una imagen vale más que mil palabras, dicen. Verlo raquítico, con llagas en la cara y quedándose dormido con su hija en brazos por la droga, te estremece el alma. “No estoy drogado, sólo estoy cansado”, dice Kurt con tono molesto a Courtney, quien le reprocha su actitud frente a su pequeña.
A esa altura la heroína en su vida era una constante. Probablemente el cansancio también. La vida se le alejaba lentamente.
Otra historia conocida, pero que con imágenes te produce cosquilleo, es el amor entre Kurt y Courtney. En un video casero de 1992 se les ve jugueteando en el baño y compartiendo chistes. Mientras Cobain se afeita, le echa en cara a su mujer lo odiada que es en Estados Unidos. Todo de forma cordial y amorosa. Ella ríe y muestra los senos a la cámara. Puro romance.
Eso sí, discrepo con el director del filme, quien en un artículo del New York Times se mostró sorprendido por ver a Cobain “cariñoso, gracioso y cálido, que disfruta ciertas facetas de su vida”. Eso ya lo dejó graficado en 2005 Charles R. Cross, en la que es probablemente la mejor biografía del músico, Heavier than Heaven.
Otro punto en el que Morgen no parece actualizado es en la relación entre Love y Cobain.  “En las películas caseras que vi, Kurt no es sumiso. Courtney no lo domina. Creo que esta película realmente va a poner en entredicho lo que piensa la gente”, dijo en el artículo antes señalado. Esto también fue echado por tierra por el libro de Cross diez años antes.
En suma, una historia conocida, pero acompañada con novedosas y emotivas imágenes. Un material que todo melómano debe tener en su colección para entender mejor la compleja y, quizás incomprendida, vida del último héroe del rock and roll.

domingo, 24 de mayo de 2015

Obrigado, Rival Sons

Un viaje a otra época. Así fue el show que Rival Sons presentó el pasado 25 de abril en el Monster of Rock de Sao Paulo, Brasil. No exagero. Los estadounidenses, que ya cuentan con cuatro discos en el cuerpo, abrieron con Electric man, con un Jay Buchanan inspiradísimo. “Brasil, somos Rival Sons. Estamos aquí para tocar rock and roll”, introdujo el líder de la banda para iniciar su fiesta.

La calidad vocal de Buchanan se mostró al más alto nivel. Su garganta es un torbellino sonoro que a ratos tiende a asemejarse a la voz de Janis Joplin. En el escenario se mostró poseído, tirándose al suelo y haciendo sus líneas vocales desde ahí. Una especie de Jim Morrison en 2015.


“Obrigado”, decía con tono pausado cada vez que terminaba una canción. El público reía de su pronunciación y de que, al parecer, era la única palabra en portugués que tenía bajo la manga.

Las elaboradas líneas de guitarra de Scott Holiday, los potentes bajos y coros de Dave Beste y la destreza en la batería de Mike Miley resultan el acompañamiento ideal para que Buchanan deje su condición de humano y se vuelva un ser supraterrenal del rock and roll. Calidad y dureza. Asemejándose  perfecto a los dioses del rock de los setenta y ochenta.
No obstante, los integrantes de la agrupación detrás del vocal se mostraron bastante estáticos, más preocupados de sus instrumentos que del show. De esta forma, Buchanan parecía en una fiesta de éxtasis y alcohol, mientras que los demás en un cumpleaños quinceañero (de los antiguos, no los de ahora, claro).

Los cambios de ritmo de Play de Fool descolocaron y desfiguraron a todo aquel que no conocía a la banda y que esa tarde iba a ver a Ozzy o a Judas Priest. Unas tres canciones bastaron para que cayera una ovación paulista para la agrupación formada en 2009.

Como golpe de KO, cerca del final comenzaron los acordes de Open my Eyes, hit que suena en algunas radios locales y que les ha dado cierto reconocimiento en el medio. Pese a que la guitarra de Holiday estaba demasiado fuerte y opacaba a los otros instrumentos, el riff de aquel tema suena a clásico. Parece haber sido concebido en otro estado. El cierre con Keep on Swinging dejó claro que la banda es lo mejor que ha salido en los últimos años y que mantiene vivo el eje del género por estos tiempos.

Obrigado, Rival Sons.