Cabecear y bailar. Esa es la gracia que tienen los shows de los Queen of the Stone Age, quienes anoche se presentaron en el Movistar Arena cautivando nuevamente a su fanaticada.
La agrupación de Josh Homme tiene la película clara.
Saben cómo hacer sólidos shows al nivel de banda consolidada en el rock.
Anoche, frente a unas 11 mil personas, repasaron lo mejor de sus seis discos
con un potente enjambre sonoro perfectamente dirigido por su baterista, Jon Theodore.
La ruda Millionaire fue la encargada de abrir la noche,
seguida de No one Knows y My God is the Sun. Puras bombas caladas. Todas muy bien ejecutadas y
notablemente sonorizadas. Desde que Homme se hizo cargo de la voz de
Millionaire (con la salida de Oliveri) ésta obtuvo más calidez y suavidad,
dejando de lado el gutural y desgarrado canto del calvo y alocado bajista. Bien
pensado si lo que se buscaba era llegar a un público no tan rockero y más
controlado.
El repertorio que Homme ha ido consolidando junto a los
suyos, permiten perfectamente pasar desde un momento bailable, como lo fue con
Smooth Sailing, a uno de rock duro, como con Mexicola.
Qotsa, en su historia, inteligentemente supo abrir el
espectro musical y no quedarse solamente en el stoner rock, lo cual le permitió
ganar en cantidad de seguidores. La receta no es nueva, ya lo hizo Cobain en
los noventas cuando vio que adhiriendo dosis Pop a su Grunge el género se
masificaría.
Volviendo al recital, el insolente riff de Song for a
Dead amenazó con derrumbar el escenario y fue quien puso el broche de oro a las casi dos horas de show.
En lo negativo, en momentos la guitarra de Homme
sobrepasaba demasiado en volumen la de su colega Van Leeuwen, lo que hacía que
se perdiera la armonía de las cuerdas.
En entrevista para radio Futuro, Troy Van Leeuwen,
guitarrista de Qotsa, dijo que venían a Chile “a cerrar un ciclo”. “Comenzamos
el proceso de nuestro último disco allá en Sudamérica y cerramos todo allá”,
señaló. Potente y majestuoso cierre de ciclo.