El idilio entre Iron Maiden y Chile no se acaba. El
pasado viernes la Doncella de Hierro se presentó en el Estadio Nacional ante
cerca de 55 mil personas, mostrando ante su delirante fanaticada su último
trabajo de estudio titulado The Book of Souls.
En una teatral puesta en escena, como ya es costumbre, los
ingleses validaron ante su público que son una de las bandas principales en los
gustos metaleros chilenos, además de ser la agrupación anglo que más ha movido
gente en sus pasos por el país: 281 mil fans, en ocho visitas, según consigna La Tercera.
Hombres, mujeres, niños, abuelos, chilenos y extranjeros.
Todos llegaron temprano hasta el recinto deportivo para no perderse la cita
rockera, que ya a esta altura es tradición obligada de todo amante del rock con
volumen alto.
Unos desconocidos Raven Age fueron los encargados de
abrir la jornada, llevándose algunos tímidos aplausos. Tras ellos, el potente trash
metal de Anthrax se hizo sentir con fuerza en el Nacional. Caught in a Mosh,
Got the Time y Antisocial fueron tres bombas atómicas caídas directamente en el
recinto ñuñoíno.
El público agradecía a la banda neoyorkina cantando a
coro: “Olé, olé olé, óle, Anthrax, Anthrax”. Intercambio de energía mutua. Un movedizo
Joey Belladonna, cantante de la agrupación, en reiteradas oportunidades sacaba
del bolsillo de su pantalón una pequeña bolsa con una sustancia desconocida y
hacía la mímica de que se la fumaba. El respetable lo ovacionaba y reía. Puro trash
callejero y ochentero.
Luego de ocho demoledoras canciones, Anthrax se despide.
Scott Ian toma a su hija en brazos y agradece al público nacional. La gente
pide otra, pero ya no hay más.
En cancha, lugar donde quien escribe este artículo estuvo
apostado, comienza a llegar más gente. Todos buscando ver de cerca a Bruce
Dickinson y compañía. A pocos minutos de que comience, en dicho sector no cabe
un alfiler.
Pasadas las 21.00, comienzan a sonar los acordes de
Doctor, Doctor, de UFO. El público, impaciente, la canta a todo pulmón, como si
Maiden estuviera en escena. Terminada esa canción, la Doncella se hace presente
en el escenario. El recinto parece caerse.
If Eternity Should Fail es la primera muestra de Maiden
en esta oportunidad con una presentación muy teatral, muy actoral. Dickinson
con una capucha canta en un pequeño pilar con fuego en la primera parte de la canción, la parte lenta. Luego, el tema explota y el público también.
Le sigue Speed of Light, quizás la más reconocida del último
disco. Como tercera,
Children of the Damned, del laureado disco The Number of the Beast. El público
la reconoce y la agradece.
Dickinson canta, corre, baila e interactúa. A sus 57 años
se muestra más vigente que nunca. En una parte del show, aparece Eddie, la
icónica mascota de la banda, para realizar su performance. Dickinson batalla
con él y le arranca lo que parece un corazón, lo arroja a un recipiente y luego
lo exprime en el escenario, en una puesta sacada de un teatro de terror. Las
fotografías para el divertido momento se multiplican y fusionan con los gritos.
Seis canciones del set list elegido fueron del The Book of
Souls.
Clásicos como The Trooper, Hallowed be the Name, Fear of the Dark y Iron
Maiden causan el jolgorio del respetable, quien no se cansa de vitorear a los
ingleses.
Wasted Years cierra la noche. Como tantas otras veces, la
gente ovaciona a la banda. Los músicos lo agradecen. Un nuevo episodio del
romance entre Iron Maiden y Chile llega a su fin. Puro amor. De ese con olor a
cigarrillo y cerveza. De ese con sabor a trasnoche y lujuria. De ese que las 281
mil personas que han visto a Maiden en Chile -en alguna de sus ocho visitas- entienden.
Tal como cuando dos quinceañeros enamorados se despiden queriendo verse pronto,
la espera por la novena visita de la agrupación comenzó en el minuto que el
octavo show acabó. Que este idilio no se termine nunca, por favor.