La noticia
sobre la muerte de Jeff Hanneman entristece. Entristece porque más allá de las
providenciales circunstancias en las que el destino te topa
con la picadura de una araña que te deriva en necrosis para luego terminar con
fallas hepáticas, Jeff fue uno de los buenos en el género. Supo mezclar dos
cosas que lo llevaron al umbral del metal: riffs demoníacos con dosis de pop.
Espero no
me quemen los metaleros más ortodoxos. Ahora explico mi teoría.
Los riffs
de Reing in Blood o Angel of Death o War Ensemble tienen esa sonoridad tan oscura que te
sientes habitando en el mismísimo infierno pero a la vez te suenan agradables
al oído. A eso me refiero con “dosis de pop”. O sea dentro de la disonancia que
usaba en sus escalas eran resueltas de manera común. No era ese metal inaudible
que puedes encontrar en tierras europeas y que juegan a ser extremos en dureza
o en pose. Era terrible, pero a la vez hermoso.
Angel of
Death es parte del legado dejado en este mundo (y quizá en el otro) por el rubio
guitarrista. Canción que creó luego de leer sobre Josef Mengele, médico nazi
que experimentó con detenidos en Auschwitz y que fue bautizado como el ángel de
la muerte. La canción es una patada en la cara a todas las bandas metal del
planeta que creen tocar rápido. Pero no sólo por la velocidad que es ejecutada,
sino por el contenido histórico de la misma.
Anterior a
la partida de Hanneman, Slayer tuvo que enfrentar la salida (nueva salida) de
Dave Lombardo, su batería insigne y original, por motivos contractuales y
económicos, lo que deja a la banda ahora sólo con dos miembros de la época
inicial.
Imagino a
Slayer este 2 de octubre en Chile (de no cancelar la fecha) haciendo un
concierto dedicado en la memoria de su guitarra fundador. Descansa en paz Jeff.
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