La aventura partió temprano. A las 7.30, el vuelo 501 Sky se
elevaba en la pista del aeropuerto chileno y partía rumbo a Argentina. La
misión era simple: presenciar el tercer show que Guns N Roses ofrecería el
sábado 5 en Buenos Aires.
Como siempre hay un chileno en alguna parte del mundo, no
fui el único. Otros tres connacionales buscaban la misma experiencia: ver a los
Guns en el Monumental de River Plate. Pese a haber visto el show antes, las
expectativas eran interesantes. Por un lado, Steven Adler, el baterista de la primera época de la agrupación,
tocaría en una canción, lo que le daba un tinte histórico. Por otro, conocer la
renombrada pasión de los trasandinos en los conciertos.
Ya en el aeropuerto fuimos alertados de eso. El taxista que
nos transportó hasta nuestro hotel fue claro: “¿Tienen entrada para campo? Van
a conocer toda la cancha. La gente los va a empujar y mover por todo el lugar.
Yo los fui a ver el 93 y salí sin una zapatilla”. Nos abrochamos los cinturones
y nos preparamos para la selva.
Por redes sociales, horas antes, logramos enganchar una
entrada con algún revendedor. Campo vip fue lo que encontramos, a un precio no
menor. Hecha la transacción, comenzaba la espera.
Pronosticando una
deshidratación potente, fuimos a comprar algún líquido al kiosko frente al
lugar escogido para pernoctar. Ahí, el dependiente nos inyectó un pequeño
temor. “Viniste de Chile a ver a los Guns”, preguntó el joven, al ver nuestra
polera con el logo de la banda y la leyenda “Santiago”. “Sí”, le respondí. “Yo
fui ayer, sin entrada, y compré una ‘trucha’”, dijo con cara lastimosa.
Prosiguió: “No pude entrar. Voy hace años a conciertos y nunca me pasó”. Le
comenté que había llegado recién y que había comprado en la reventa. Sin piedad
sostuvo que “había muchas entradas falsas y que lucían iguales a las
originales”. Corrimos al hotel a revisar la entrada. Ya no se podía hacer mucho
más. Solo esperar con optimista paciencia.
Luego de un oneroso Ojo de bife y un flan con dulce de
leche, partimos al estadio en transporte público. La gran cantidad de gente que
asistía en el mismo rumbo facilitaba la ida. En el estadio, los accesos para Campo
vip fueron amigables. No así para Campo, donde la fila, según nos señalaron
asistentes a ese lugar del recinto, superó las 2 horas de espera.
Antes de las 20.00, la banda argentina Airbag es la
encargada de abrir los fuegos en la calurosa Buenos Aires. La recepción de la
gente es buena. La agrupación lo hace bien. Finaliza su presentación y comienza
la espera. Una larga, considerando que Axl viene amigándose con la puntualidad
en esta gira. El calor no da tregua. Cercano a nuestro lugar, comienzan los
gritos pidiendo médico. En otra, a nuestro lado, una chica tiene que ser
evacuada por no sentirse bien. No cabe un alfiler. Varios comienzan a salir de
los puestos delanteros, presagiando que la espera será larga.
Cerca de las 21.35, It's
So Easy arremete sin piedad. El calor ya no existe. La algarabía hace reverencia
al nombre del estadio. Saltos, empujones y canto desgarrado. Los coros del
público son tan altos que chocan con las guitarras de la banda. La gente corea
las melodías, en un gesto muy propio de nuestros vecinos. Se contagia. Es una
barra apasionada en un partido de fútbol.
Así todo el
show. Mr. Brownstone, Welcome to the Jungle, Live and Let Die,You Could Be Mine,
son una ruda fiesta.
Axl Rose, Slash y Duff McKagan se muestran imponentes. El
otrora controvertido cantante, como siempre en este último tiempo, parece un
vaquero del sur de Estados Unidos. El emblema de las seis cuerdas, con su
histórico sombrero, lleva una polera con una cariñosa reseña: “Buenos fucking
Aires”. Por su parte, el rubio bajista homenajeó a Lemmy en su camiseta.
Dizzy Reed, en los teclados principales; Richard Fortus, en
la segunda guitarra; Frank Ferrer, en la batería y Melissa Reese, en
sintetizadores, coros y pistas, cumplen
a cabalidad. Todos son ovacionados. Reed, probablemente, se lleva los mayores
elogios.
Las baladas, como This I Love, bajan la intensidad de los
brincos, pero no de los cantos. La banda se ve muy inspirada. Parecen cómodos
en Argentina. Axl se lanza con todo y luce buena voz. Mejor que en Chile. Los
temas del Chinese Democracy son mayormente ovacionados que lo que pasó en nuestra
tierra.
Como era pronosticado, Steven Adler aparece en escena con la
camiseta de la selección argentina. El estadio se viene abajo. My Michelle es
ejecutada por el blondo baterista con solidez y evoca nostalgia de la primera
época de la banda.
Nightrain es uno de los combos finales. Muchos buscan llegar
más adelante, arremetiendo con todo a su paso. Axl, al igual que en nuestro
país, pide que den un paso atrás. Lo hace en dos oportunidades.
Patience cae con sutileza y se transforma en un punto alto
de la noche. La guitarra de Slash bordea lo magistral. El estadio lo reconoce.
Paradice City es siempre fiesta. Un himno. La gente gasta la
última cuota de energía. Explosión total. El solo de Slash es potente. El
hombre de la melena lanuda se lleva la guitarra atrás de su cabeza y comienza a
disparar. El abundante fuego de artificio ilumina todo Buenos Aires. Hay
lágrimas en algunos asistentes. "Olé, olé, olé, yo cada día te quiero más.
Oh, Guns N Roses, es un sentimiento, no puedo parar", cantaba la barra. Misión
cumplida. Qué show.
Sorpresiva aparición
Luego de una larga caminata del estadio hasta nuestro hotel,
acudimos a conocer la noche bonaerense. El Roxy fue el escogido casi por
casualidad. Luego de pagar la entrada, la cajera nos dice que está tocando “una
banda”. Para mi sorpresa , Steven Adler estaba en el escenario tocando canciones
de Guns N’ Roses con una banda local. El recinto, repleto, era otra fiesta
gunner. Back off bitch, You Could Be Mine y Mr. Brownstone, fueron algunas de
las escogidas. Finalizado el show, el rubio salió raudo por una puerta trasera.
En medio de cantos con su nombre, se
subió a un auto. Un cierre magistral para una aventura necesaria.
Muy buena nota y tu experiencia. .los argentinos son pura pasión, GUNS N ROSES MI VIDA!!..Espero que mis datos fueran parte de tu aventura. ..
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